domingo, 3 de abril de 2011

Violeta

Al abrir sus ojos, Violeta comprendió, que ese sería un día para no olvidar. Siempre se burlaba de ese tipo de situaciones que sólo ocurrían en películas trilladas de Hollywood, en el que la protagonista -como por golpe de suerte- tenía un pensamiento de la nada, en el que presentía el destino fatal de su día.

Un sabor amargo en su boca, no era el mismo que le deja la marihuana combinada con aguardiente, habían partículas diferentes enmarañadas allí, creando una mezcla asquerosa de sabores. Escupió, una, dos, luego una vez más. Sus ojos un par de segundos sin parpadear, mirada atónita, perdida en el suelo en medio de un sinfín de escupitajos y fluidos míseros. No era sólo saliva lo que emergía de sus entrañas. Eran partículas diminutas que se postraban en medio de libros viejos, unos calzones sucios de la noche anterior, muchas cenizas y una, dos, tres, cuatro botellas vacías.

Recapituló fragmentos de lo que había sido una descontrolada noche [como lo eran desde hace un par de meses]. Encontró unos ojos ajenos en medio de de esos vagos recuerdos. Su olor, su tacto, su magia. Desde que lo vio por primera vez en aquel antro de la perdición, lo encontró totalmente perfecto. Existía algo en él que alteraba sus sentidos, “compulsivamente excitable” decía ella.

Esa curiosidad fue alimentada durante un par de días, en el que ella, sentada a su lado, no lograba atinar una sola sílaba. Imaginaba cual sería el tono de su voz. Tendría que ser perfecta, no existía menor duda de esto. Un hombre que le resultara tan exageradamente atractivo debía tener una voz perfecta, así como esos labios perfectos, mejillas perfectas, sonrisa perfecta. En el fondo no era esa su fascinación, no era ese conjunto armonioso de carne bien puesta, era lo que cada gesto de perfección evocaba en ella.

Cada movimiento suyo era una danza que incitaba a la complacencia. ¡Me estoy enloqueciendo! -pensaba ella mirándolo de reojo-. No entendía por qué sentía tanto placer con tan sólo sentirlo a su lado. Recordó sus muchos amantes anteriores. Con certeza ninguno había logrado despertar en ella algo parecido a lo que experimentaba en ese momento.

Violeta se había autodeclarado insatisfecha sexual. Desde hace unos meses atrás se conformó con el triste pensamiento de que esos placeres no eran para ella. En tantas noches sólo había conseguido un par de orgasmos pasajeros. Su ardiente personalidad, era apagada entre las delgadas sábanas de sus amantes. No lograba comprenderlo, era lamentable, conoció la resignación que tanto odiaba.

Al tenerlo a su lado, tuvo el impulso de hablarle con cualquier excusa, había visto muchas películas en las que la joven curiosa preguntaba la hora y eso desencadenaba toda una conversación, que podría terminar en su apartamento. Pero eso hubiera sido una idiotez, en su mano izquierda tenía un reloj en perfecto funcionamiento. Al frente suyo una pantalla electrónica que marcaba las 11:11. Desechó esta idea de inmediato, no quería parecer tonta. No lo era y lo sabía.

Pareció desanimada, no se le ocurría otra idea más inteligente para captar su atención e iniciar una conversación. Tenía claro que no quería dar esa impresión, lo último que deseaba era que aquel hombre descubriera que la mujer sentada a su lado durante los últimos minutos lo deseaba profundamente. Comenzaba a sentirse avergonzada de solo imaginarlo. 

Escudriñó su bolso en busca de una pata de marihuana que le había sobrado del día anterior. Esto sin duda la relajaría un poco. En el lugar estaba permitido fumar –es un verdadero antro, está claro-. Hace unos minutos el había hecho lo mismo y a nadie parecía importarle.

La sacó con naturalidad y la puso sobre la barra al lado de la cerveza casi vacía. No encontraba su candela, necesitaba fuego rápido, antes de que la excitación por el hombre del lado volviera a apoderarse de ella. Comenzó a desesperarse, no la encontraba -estaba realmente nerviosa-. Su bolso no era como el de las típicas mujeres, lleno de maquillaje, espejos y perfumes. El de ella estaba repleto de libros, un par de rollos fotográficos y el mismo termo con agua de siempre. No olía a ningún Splash de Victoria Secret´s o Paris Hillton, olía a lo que ella describía como un "olor glorioso", la combinación de libros envejecidos por los años y los restos de marihuana que siempre quedaban rondando por ahí.

Su desesperación aumentó, comenzó a sacar libro por libro. Uno, dos, tres libros sobre la mesa, al lado de la cerveza y la marihuana. Se sintió tan patética, sabía que si demoraba mucho en encontrarla, quizás el hombre del lado le ofrecería algo de fuego. No deseaba que fuera así. Violeta no quería que el pensara que toda esta situación era apropósito. Sería un comienzo ordinario. Podría acabar con toda la magia. En medio de la búsqueda, lo descubrió observándola con curiosidad, sin quererlo había atraído su atención. Era la primera vez en ese par de días que sentía que el la miraba con algo de disimulo. Sintió un leve movimiento, como si el también buscara algo, metió su mano en el bolsillo. Sin duda el le ofrecería fuego y todo estaría acabado.

¡La encontré! – murmuró ella para sí misma. Sacó la candela que estaba en el fondo del bolso. El hombre metió de nuevo su mano en el bolsillo -ya no tendría excusa para hablarle-

Respiró profundo, su respiración ya comenzaba a acelerarse. Podría darle vida al cigarro y tranquilizarse un poco. Lo encendió, comenzó a extraerlo hasta sentir el humo bajar por su garganta y subir a su cerebro. El efecto era casi inmediato, por eso lo disfrutaba tanto. Era de los pocos placeres que la satisfacían inmediatamente, donde y como ella lo deseara. 

Su sangre y respiración comenzaron a fluir con más lentitud. Lo disfrutaba bastante. Pero el hombre seguía ahí, a su lado. La excitación en vez de disminuir parecía aumentar. Sentía que tenía que salir de aquel antro. No podría disimularlo ni 5 minutos más. Observó el reloj, 11:31. 

Sentía que ya lo había logrado. Tenía toda su atención, el no dejaba de mirarla. A él lo excitaba verla fumar con tanta naturalidad, lo excitaba imaginar que tras esa joven que apenas aparentaba ser mayor de edad, se escondía un encanto enigmático que deseaba descubrir. El se consideraba un hombre seguro, podría iniciar una conversación con cualquier mujer y tener la certeza de que podría llevarla a la cama. Pero esta vez no era eso lo que deseaba. Quería reprimir sus instintos carnales y concentrarse en descubrir quién era la mujer que estaba a su lado desde hace un rato. 

Violeta estaba decidida a salir del lugar inmediatamente consumiera por completo lo que había comenzado. No se refería sólo al cigarro, sino al sujeto que cada vez la instigaba más. Ya no había necesidad de disimular, ambos estaban perdidos en ese cruce de miradas silenciosas. Ninguno tomaba la iniciativa para entablar una conversación. Eso podría estropear todo, pensaba ella.

No tengo nada que perder, pensó él. Y en un golpe de valentía la cogió de la mano y la sacó del lugar. Ella permaneció muda, eso era exactamente lo que quería. Algo impredecible. No deseaba un saludo y las preguntas básicas que haría cualquier hombre en su lugar. No quería que indagaran sobre sus estudios, sus gustos, su futuro. Nada de esto lo tenía claro, por eso cada persona que se interesaba por ese tipo de cosas era inmediatamente desechada.

El hizo lo correcto, caminaron sin cruzar palabra. El tampoco deseaba indagar sobre su vida, con tenerla al lado bastaba. Caminaron al borde de la calle –aún de la mano-, siguiendo el mismo ritmo. Como al compás de una misma melodía. Ninguno de los dos tenía claro a donde se dirigían. Ella miró la hora, 11:59. ¿Tienes prisa? Preguntó él. Su voz era tal y como ella la imaginaba: perfecta. Ella vaciló un rato y negó con la cabeza. 

Todo lo que antes parecía imposible comenzaba a suceder, Violeta comprendió que quizás ese era el momento que había estado esperando durante todo la desazón que había sido su vida. Esa incapacidad que antes sentía, iba desapareciendo entre más pasos andaba. Él, sin querer, la llenaba de una fuerza tremenda capaz de hacerla sentir más viva que nunca.

Esa excitación combinada con curiosidad los ahogaba a ambos, ninguno sabía realmente lo que deseaba. Caminaron por un par de minutos que parecían eternos, decidieron parar y sentarse en una de las bancas que había en la acera, uno al lado del otro, no muy cerca, la distancia exacta como para avivar el sentimiento, sin necesidad de contacto. Todo fluyó, como si el destino o alguna fuerza omnipotente los tuviese ahí para deleitarse con tan desenvueltas conversaciones. Lograron crear una simpatía enorme, no paraban de hablar, de mirarse, él murmuró algo a su oído, ella dudosa tan sólo asintió. 

Han pasado ya un par de semanas, y ella despierta sola en su habitación, como todos los días, refugiada entre los recuerdos de ese sujeto que ya no está, que nunca le perteneció, tan sólo a sus sabanas un par de madrugadas y le dejó una, dos, tres, cuatro botellas vacías.