Ahora me encuentro apenas
anhelando abrazos de campos reverdecidos y alentando encuentros
que avasallen mis miedos aventureros. Mis manos contraen aplausos
divinos que se bifurcan hasta desvanecerse entre mi aliento
tibio, queriendo ser humo, algo más que vacío.
La insustancialidad de la materia
aparente adorna caminos asaltados de sombras espesas de aromas camaleónicos. Las
añoranzas rozan la dulzura de lo desconocido y lo apacible de la inconformidad
gastada por agua de mar. Vos caes con mis voces robadas como epifanías
murmuradas desde lo alto de nubes que agonizan hasta llover.
Se llueve mi angustia queriendo
convertirse en agua de arroyos amazónicos. Meneándose entre las ramitas
profundas, alimentando almas nativas, animales feroces, aves silvestres...
almas que transitan siendo lo que son, fortaleciendo sus huellas milenarias,
siendo rezos de antaño, alzando voces poderosas en lenguas que batallan para no
ser olvidadas.
Ahora estoy aquí, escuchando
cantos que mi juicio no entiende, pero que mi corazón adopta en su propio
latido. Algo se agita cercano a este centro, mis fríos se vuelven fuego y mis
brisas se lanzan hasta el umbral celeste, ese vacío que somos. Y nos incluyo a
todos, porque nos habitamos hasta amar, unos a otros, llenando desiertos con
gemidos, agitando gestos compartidos, dejando pedacitos propios, intactos,
donde al final podamos reconocernos sin morir.
Antes de comenzar era otra,
ansiando ser lo que entre letras soy. Resbalo con mis aullidos perdidos,
agarrando hilitos que sobresalen en un interior con marañas de viento y
canción.
¿Dónde dejo el alma original,
sino en este cuerpo envuelto en aromas de incienso?
Abono mi templo verdadero,
aguardando ademanes sin rostros, siendo musgo en montaña glacial, siendo
airecillo de aurora boreal.