miércoles, 9 de febrero de 2011

En Medellín las clases sociales parecen estar muy bien marcadas entre ricos, pobres y miserables. Estos últimos invaden unas cuantas calles alrededor del emblemático Parque de Berrío, el mismo que décadas atrás era habitado por las familias más adineradas de la ciudad.

Ahora la realidad es otra. Los llamados miserables o indigentes se aglomeran cada noche bajo el techo donde transita el Metro. Esa estructura pretenciosa que les dio vida, es quizás, el único refugio que les brinda sombra y cubre de la lluvia. Es ese hogar que no tienen.

Son estas las paupérrimas vías de la realidad, en las que de día somos gente y en la noche somos mundo. En el día todos disfrutan y creen comprenderla, al anochecer el coraje y la valentía desaparecen. A la sombra de estas calles sólo sobreviven los que pertenecen a ellas, cualquier curioso ajeno a esta realidad está destinado a experimentar el enmudecedor frío del miedo.

El que roba, el que cambia, el que sueña, el que mira, el que se antoja, el que curiosea, el que desprecia, el policía que la expropia. El mito que es de día, la realidad que es en la noche. El centro comercial de muchos, el más bajo mundo para otros.

El lugar toma vida propia y reconoce el paso de los que transitan sus entrañas. Colma de seguridad a los que sí son de allí, a esos que no fingen, esos que cargan con el peso de la desdicha, esos que parecen no importarles el mundo, esos mismos que se conforman con estar vivos pero no le tienen el más mínimo respeto a la muerte.

Esos seres de la clase miserable venden en la noche lo que en el día les pertenecía a alguien más, roban del mismo modo del que fueron ellos despojados de sus sueños, por las circunstancias desafortunadas del odioso destino con manos de maldad, en una ciudad en la que la Primavera no la disfrutan todos.

Ellos venden, cambian, negocean un sinfín de artículos, desde prendas de vestir, libros, aparatos electrónicos, hasta tornillos o gafas con las que los afortunados ven películas en tercera dimensión, paradójicamente esos mismos que parecen desconocer la dimensión real que los rodean.

Los pobres no necesitan anteojos para ver la realidad, ellos la viven, la sienten, la encaran mejor que la mayoría de los ricos. Sus conciencias retorcidas de experiencias amargas, están igual de percudidas que las miradas de quienes los juzgan al pasar.

El aire pesado de la noche rechaza la presencia forzada de los seres que no son de allí. Ese mismo aire los empuja y acelera sus pasos. Los cubre de temor y les quita la seguridad y el aliento. Ese aire pesado parece asfixiar a los que son ajenos a él. Los usurpadores son despojados de cualquier rastro de valentía. Son desnudados por las miradas punzantes de los dueños del lugar. Nadie necesita ser echado de aquel lugar, el miedo se encarga de hacerlo.

El recelo del día pareciera multiplicarse al caer la noche. La luz del sol otorga al hombre pequeños rayos de seguridad. La presencia de luz aflora nuestra valentía, definiendo entonces un miedo agobiante a su ausencia. El sol se esconde y tras el nuestro coraje. La oscuridad nos dota de indefensa y nos llena de incapacidad para sobrevivir en estas calles.

Si los ricos excluyen, los pobres excluyen aún más. A los ricos los acompaña el miedo, a los pobres el rencor de ser temidos. Un paseo por estas lúgubres calles, son fiel evidencia de este rencor mutuo. Algunos pocos, preferimos conservar un trato distante con ambos extremos, convertimos nuestros pasos en una travesía forzada hacia el alma de la vida real, esa que desconocemos, o más bien, nos empeñamos en no ver.

Con pasos firmes abandono el lugar, al que entré con osadía morbosa y recorrí con una curiosidad algo imprudente. Aquellas calles no me pertenecen, soy tan falsa como quien juzga, crítica y señala. Yo creo entender esa vida tan ajena a mí. Interpreto miradas, gestos y aromas de ese mundo que quisiera comprender. Un mundo que brota y agoniza ante la mirada apática de la ciudad de la “Eterna Primavera”.

1 comentario:

  1. Es increíble ver cómo un poco de luz cambia las cosas...
    Yo también he visto a los "miserables"... Me causa un poco de tristeza ver cómo algunas personas se debaten entre el miedo y el asco cuando no saben qué sentir por ellos. Y debo confesar con más tristeza aún que muchas veces he sido una de esas personas.
    Me gustó mucho tu blog; me pasaré más seguido.
    ¡Un abrazo!
    Eli

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